Bicicletazo

“Son curiosos, por ejemplo, los sufijos que indican un golpe, pues a menudo guardan relación con el propio sonido de la pieza (-azo, -ón, además de –ada). Por ejemplo, martill-azo, empuj-ón, cabez-azo, tir-ón, manot-azo, cod-azo, tromp-azo…)”

 

Cierro un momento el libro “La gramática descomplicada”, de Álex Grijelmo. Me estiro. Estoy sentado sobre mi esterilla nueva, preparando las clases de Lenguaje del curso, en una linda praderita del Parque del Oeste, junto a mi querida bicicleta plegable que, de pie a mi lado, sobre su caballete, mira los pájaros, las nubes, la hierba. Llevo un buen rato en la misma postura y decido cambiarla. Me tumbaré boca abajo, me digo, así arqueo la espalda en sentido opuesto, verás qué bien. Me tumbo, abro de nuevo el libro, me acomodo, busco la página por la que iba y retomo la lectura sobre los sufijos, esas piececitas que, añadidas a la raíz de la palabra, dan alguna información sobre ella cuando de repente, ¡ZAS!, siento un impacto cuasibrutal en mi cabeza. Aturdido, descubro a mi bicicleta tumbada sobre mí. ¿Qué ha pasado?, susurro, y recuerdo, sí, que justo hace unos segundos he percibido un golpe de viento que ha sido el preludio, y causante, del otro golpe, el más contundente, sobre mi cráneo. Me levanto, pongo la bici de nuevo sobre el caballete, pero, ay, amigo, esta vez al otro lado, por si las moscas (y los vientos).

Me pica mucho el lugar donde he recibido la traidora agresión. Ya lo sé, me digo, ahora tendré la impresión de que estoy sangrando, incluso notaré cómo me baja la sangre, pero será una ilusión, en realidad no se tratará más que de un chichón curiosón. En esos momentos es cuando siento la sangre correr. Semicomplacido por haberme adelantado a este engaño perceptivo, sin darle importancia, me llevo la mano a la frente y… La punta de mis dedos está roja y pegajosa. Sangre. Sangre para Drácula, mascullo. Mi propia bicicleta, en un día tan plácido como hoy, se ha abalanzado contra mí malamente, sin ningún respeto ni consideración. Eso sí, empujada por un viento juguetón que quizás no medía las consecuencias de sus actos. ¿Será una señal?, me pregunto, dubitativo ¿una manera de que aprenda los sufijos con mayor fijación y realismo?, ¿una nueva vertiente de aprendizaje significativo? ¿O es que viento y bicicleta han buscado el modo de recordarme la antigua pedagogía de que la letra con sangre entra?

Busco una toallita con la que contener la ligera hemorragia. Escuece. Sonrío. Qué trompazo acabo de recibir, más bien qué bicicletazo, y no puedo dejar de recordar que, hace apenas un mes, en Senegal, Walkyria, la bici con la que viajaba, también me golpeó con fuerza, en el pecho, cuando su pata de cabra se hundió en un suelo que la lluvia tropical había convertido en blando barro. Entonces fue el cuadro quien me agredió porque me encontraba, al igual que hoy, a su lado, sobre la esterilla, pero entonces estaba meditando bajo la lluvia, con lo que el susto fue mayor aún.

Ya es casualidad… Dos bicicletazos seguidos… Menos mal que mi fondo de bicis se eleva a tan solo cuatro… Aunque me estremezco al pensar el modo, lugar y excusa que buscarán las dos que quedan para igualar lo que parece se ha convertido en moda, o broma, bicicleteril.

Al final va a resultar que reposar, leer, meditar junto a tu bici, lejos de ser una muestra de cariñosa atención, se ha convertido en un atrevido acto semi suicida.

Puede que todo sea una coincidencia… O puede que no… Atentos, compañeros…

chichon

2 comentarios en “Bicicletazo

  1. Lamento el «bicicletazo». Espero que lo de la sangre no haya sido grave.

    A mí también me traicionó la bici una vez, cuando la usaba para ir a prácticas de un curso en un polígono industrial de las afueras de Málaga. Todos los días recorría un montón de kilómetros de ida y de vuelta, en medio de un tráfico de hora punta endemoniado. ¡Peligrosísimo! Pero nunca me pasó nada.

    Un tarde agarré la bici para ir a las prácticas. La puse en la carretera justo enfrente de mi portal. Me monté, y con tan sólo una pedalada (a velocidad nula) y ambos pies sobre los pedales y yo de pie sobre la bicicleta, la traicionera me hizo un extraño y caí de boca por encima del manillar. Resultado: cuatro puntos de sutura en la barbilla.

    ¡Suena ridículo!, lo sé; pero así fue. Ni un solo accidente en todos los días que estuve yendo al polígono de las afueras y casi me parto la crisma con la bici parada enfrente de mi casa. Me dejé un trozo de barbilla en el asfalto. Menos mal que la calle estaba desierta a esa hora y no me tocó pasar vergüenza por la absurda situación.

    En Cádiz utilizan el término «pellejazo» para referirse a este tipo de accidentes. Viene del verbo castellano «despellejar» y consiste en sufrir una caída contra el suelo, normalmente de carácter violento, de tal suerte que te dejas un trozo de tu pellejo allí mismo: la piel de la barbilla, de los codos, de las rodillas…

    En eso consiste pegar un buen «pellejazo», una experiencia muy desagradable que todo el que haya montado en bicicleta habrá sufrido alguna vez, y que bien podríamos llamar también un «bicicletazo».

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    1. Gracias por compartir tu experiencia, Daniel, y que todos nuestros trompazos, bicicletazos y pellejazos queden en anécdotas de las cuales podamos reírnos después, ¿verdad?
      Un abrazo desde Madrid.
      🙂
      W

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